cultura nacional

5 Janeiro 2007

Já escrevemos noutros post sobre a “utilidade” das Humanidades, sobre a sua “função coesionadora das comunidades” Ajudavam na construção do “discurso nacional” e só isso justificava a reserva de uma fatia do orçamento dos Estados para o estudo da Literatura, da Língua, da Cultura, etc.

Na altura dizia que, por um lado, hoje há outros meios para alimentar este sentimento de pertença a uma comunidade nacional: a TV, a Selecção Nacional, etc. Por outro lado, quando os discursos parecem ser outros (a construção europeia, a globalização), cabe perguntar-se: Para que serve alimentar este discurso da construção nacional?

Na mesma linha encontro esta página no Informe Lugano, de Susan George:

“Cuando, como ocurre a menudo actualmente, la asimilación en una cultura nacional determinada de los que llegan de fuera o, en realidad, de los nacidos en el país, ya no se produce por medio de las escuelas, las iglesias, los partidos políticos, las fuerzas armadas, las asociaciones cívicas, los centros de trabajo y toda la gama de instituciones sociales, sólo puede lograrse, sea como sea, por medio da la publicidad, la televisión y el consumismo total, todos los cuales son productos del libre mercado.

La propia noción de asimilación en una cultura se convierte, por tanto, en algo contradictorio. Mientras no cuesta nada asistir a la escuela o a la iglesia, y sólo cuesta un tiempo entregado voluntariamente participar en una asociación o en un partido político, hace falta disponer de bastantes ingresos para participar en la cultura mercantil. Millones de personas carecen de esos ingresos, aunque se les incita y provoca constantemente con imágenes de consumo.

Muchos pensadores sociales han hecho notar que los centros comerciales son las verdaderas catedrales de nuestra época que el número de posibles fieles aumenta a diario. Pero no todas las almas pueden unirse a esta comunión de consumidores. Los parias no son sólo extranjeros, sino los desempleados locales, los que ocupan puestos de trabajo sin salida y mal remunerados, los jóvenes o los viejos marginados; en una palabra, los perdedores, los excluidos.

La incapacidad para participar de la cultura produce una frustración constante que sólo puede expresarse, tarde o temprano, en forma de ira dirigida al interior o al exterior: Cuando su número alcanza un umbral critico, los excluidos provocarán una implosión cultural; los que no pueden ser integrados buscan consuelo –y a menudo venganza– en diversas formas exacerbadas y patológicas de localismo, etnicidad, fundamentalismo y en grupos parapoliciales cuyo odio va dirigido a la cultura política dominante. Las milicias armadas privadas en los Estados Unidos no son más que un ejemplo de ello.

A veces predomina la pura destrucción sin sentido. En ciertos suburbios europeos, los adolescentes lo destruyen todo, incluidos sus propios edificios de apartamentos, sus escuelas, las clínicas donde sus familias reciben asistencia médica gratuita y las instalaciones deportivas puestas a su disposición.”

En: George, Susan (2001) Informe Lugano. Cómo preservar el capitalismo en el siglo XXI, Barcelona: Icaria / Intermón Oxfam , págs. 80-81.